CUENTOS DE LA LUNA PÁLIDA DE AGOSTO (Ugetsu Monogatari)



AÑO: 1953
DIRECCIÓN: Kenji Mizoguchi
GUIÓN: Matsutarō Kawaguchi, Yoshikata Yoda
MÚSICA: Fumio Hayasaka, Ichirō Saitō y Tamekichi Mochizuki
FOTOGRAFÍA: Kazuo Miyagawa
REPARTO: Genjurô (Masayuki Mori), Miyagi (Kinuyo Tanaka), Tōbei (Eitarô Ozawa), Ohama (Mitsuko Mito), princesa Wakasa (Machiko Kyō), Eigoro Onoe, Ichisaburo Sawamura, Ryôsu Kagawa, Sugisaku Aoyama

“Los misteriosos y extravagantes cuentos a la luz de la luna de los días de lluvia, van derechos al corazón de los hombres y despiertan sus fantasías. Esta oda es un cuento que nace precisamente de esas fantasías...”


INTRODUCCIÓN
Cuentos de la luna pálida de agosto, supondría la consagración de Kenji Mizoguchi en Occidente y una joya del séptimo arte que todo aquel que se considere un auténtico cinéfilo, debería permitirse el lujo de disfrutar. 


El cineasta nipón plasmaría de un modo admirable la belleza de la pintura en sus películas, cual pintor en su lienzo. La única diferencia radica en que cambió el pincel por una cámara y los cuadros por el celuloide. En esta cinta, su cámara danza con tal elegancia como lo hace la princesa Wakasa entre las inquietantes penumbras de su casona, captando la emoción de los personajes en cada plano y confundiéndose con ellos. Todo ello unido al magnífico contraste de luces y sombras, nos permite navegar por un mar donde se fusionan lo terrenal y lo mágico, un mar donde la ficción es y será la única realidad. Pues al fin y al cabo, “¿Qué es la vida? Un frenesí… una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

"Cuando Mizoguchi era joven quería ser pintor. Siempre ha conservado su mirada de pintor. Esa mirada traspasaba todo, era muy exigente hasta en los últimos detalles, hasta en el más pequeño objeto." Hiroshi Mizutani 

Existen dos partes bien diferenciadas a lo largo de todo el metraje. Una primera que va desde el inicio hasta que nuestros protagonistas surcan el lago Biwa, y una segunda desde su viaje por el lago hasta el final del film. La primera, tan realista como descarnada, la segunda, un cuento de misterio repleto de magia y lirismo, de una belleza sobrenatural tan visual como sutil.


Este sublime melodrama, hace las veces de fábula salpicada con tintes épicos y fantásticos, donde la ambición irrumpe cual caballo desbocado en la vida de sus protagonistas, apartándoles del buen camino y de su objetivo principal. Gracias a la sutileza que caracteriza a Mizoguchi, nos sumergimos en una suerte de relato onírico donde la realidad y lo sobrenatural se funden y confunden bajo la luna pálida de agosto. 
 

La mezcla resultante es un cóctel de dulce sabor donde confluyen géneros como el de las kaidan, el chanbara o el cine bélico, todos aderezados con unas gotas de misterio, costumbrismo, elegancia y relato tan siniestro como poético, donde los seres espectrales son más humanos que los humanos.



Porque Ugetsu Monogatari nos cuenta la historia de vivos muertos en vida y muertos más vivos que nunca, de princesas del más allá y anhelos del más acá, de palacios de noche y ruinas de día, de la paz y de la guerra.


Sean pues bienvenidos a sumergirse en los Cuentos a la luz de la luna pálida, donde se oye el murmullo y la risa de los vientos del bosque y a los árboles se les escucha hablar en sueños. Mientras, vamos cayendo subyugados en el hechizo de seres de leyenda que se desvanecen como la bruma entre su reino de tinieblas.


SINOPSIS
Japón feudal, S. XVI. A orillas del lago Biwa, viven Genjurô y Tōbei con sus respectivas esposas, Miyagi y Ohama. Pese a que la provincia de Ōmi se encuentra bajo la amenaza de los soldados de Shibata, Genjurô decide aprovechar la ocasión para vender sus cerámicas en la gran ciudad, mientras que Tōbei, se empecina en convertirse en samurái. Cegados por la fortuna y la gloria, ambos campesinos se embarcan en una aventura no exenta de humillaciones, fantasmas, y cantidades ingentes de codicia. Deberán aprender la lección y desterrar los espejismos de sus vidas, aceptando, como diría el Nobel François Mauriac que “de nada sirve al hombre ganar la Luna si ha de perder la Tierra”.
 

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES
Kenji Mizoguchi
Kenji Mizoguchi rodó aproximadamente 80 películas, aunque en la actualidad se conservan 31. No es casualidad que tan solo dos de ellas sean en color, pues según los expertos, el blanco y negro es mucho más exigente. Su fuente de inspiración la hallaría en directores de la talla de John Ford y D. W. Griffith, nada extraño puesto que Mizoguchi era un gran admirador del cine occidental. Algunos ejemplos son Los 47 ronin (1941), Los amantes crucificados (1954), La emperatriz Yang Kwei-fei (1955), o La calle de la vergüenza (1956), su última película antes de morir de leucemia ese mismo año. 
“Quiero hacer películas que representen la vida y costumbres de una determinada sociedad. Quiero continuar expresando lo nuevo, pero no puedo, de ningún modo, abandonar lo antiguo.” Kenji Mizoguchi

La década de los cincuenta sería considerada como la época dorada del cine japonés, pese a la catástrofe de las bombas atómicas. Aunque Mizoguchi era doce años mayor que Akira Kurosawa, las películas de ambos rivalizarían durante aquellos años. Una anécdota muy conocida es la que cuenta que el director de Ugetsu Monogatari comentó en cierta ocasión acerca de Kurosawa que “para dirigir una obra maestra había que tener cincuenta años”. Casualidades de la vida, en 1951 y con 41 años, Kurosawa obtendría con su Rashômon el Oscar a la Mejor Película Extranjera y el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia. La conquista del público allende fronteras niponas ya era un hecho. A posteriori, en 1952, Mizoguchi competiría por el León de Oro con Vida de Oharu, mujer galante. Dos de sus adversarias eran nada más y nada menos que El hombre tranquilo, de John Ford y Europa 51, de Roberto Rossellini. Ya en 1953 obtendría el León de Plata por Cuentos de la luna pálida, y en 1954 por El intendente Sansho


Si algo lleva el sello inconfundible de Kenji Mizoguchi, es su magistral empleo de la profundidad de campo o sus característicos movimientos de cámara, pero ante todo, la escasez de primeros planos en favor de los largos planos-secuencia, evitando así los cortes de montaje, a los que tenía auténtica fobia. Según el propio cineasta, estos planos imitaban el emakimono

“Me gustaría plasmar en mis películas esa profundidad de campo (visual) de los dibujos chinos” Kenji Mizoguchi

Existe cierto paralelismo entre Genjurô, quien pretende hacer negocios durante la guerra sin reparar en el peligro que eso supone para su familia, y el padre de Mizoguchi, un humilde carpintero para el que la victoria del ejército imperial durante la guerra ruso - japonesa, supuso la ruina de toda su familia al intentar hacer fortuna vendiendo chubasqueros.


Este hecho provocaría la difusión de distintas versiones sobre si fue su padre quien vendió a su hermana mayor como geisha, lo hizo la familia que la adoptó o en realidad ella ingresaría voluntariamente en una okiya. Años después, tras el fallecimiento de su madre y cuando apenas era un adolescente, el joven Mizoguchi se fue a vivir con su hermana a la okiya. Impresionada por su destreza en el dibujo, la oka-san (directora de la okiya) lo acabó enviando a una escuela de pintura, donde el cineasta nipón quedaría gratamente sorprendido ante las artes occidentales. La semilla artística comenzaba a brotar en su interior. 


Fue precisamente en la okiya donde comenzaría su fascinación hacia el universo femenino y su preocupación por temas como la misoginia o la prostitución, tan extendidos en la convencional sociedad japonesa y que más tarde plasmaría en sus películas. Un ejemplo lo hallamos en Historia del último crisantemo (1939), donde una mujer se sacrifica por amor. Asimismo, en Vida de Oharu, mujer galante (1952), un amor imposible sentencia a una joven cortesana a una vida de exilio y prostitución. La calle de la vergüenza (1956), sin embargo, nos muestra un retrato de la prostitución desde la perspectiva de sus protagonistas.

“Veo que has progresado mucho. Y que has alcanzado tu sueño. Por fin has conseguido ser samurái. Pero ya ves, yo también he prosperado. Visto ropa bonita y elegante y me maquillo para estar más atractiva. Bebo tanto sake como quiero y cada noche duermo con distintos hombres. El ideal de cualquier mujer. Estarás satisfecho. Es lo que querías. En esta vida, para ascender, a veces hay que aguantar sinsabores. ¿Qué importa que tu mujer se prostituya si tú tienes lo que querías? Venga, compra mis servicios. Ahora que sobra el dinero, diviértete, compra a tu propia mujer.” Ohama

De ahí que los personajes femeninos en el cine de Mizoguchi representen la sensatez, la abnegación y la fortaleza, ante el despotismo, la codicia y el egoísmo del que hacen gala los hombres. Ellos representan la violencia (la guerra) y ellas son las víctimas de esa sinrazón. Así, mientras Miyagi se encarga de la crianza de su hijo durante la guerra y da su vida por él, Genjurô les abandona a su suerte para dar rienda suelta a su libido. Ohama, en cambio, es violada y se ve abocada a la prostitución para sobrevivir, y la princesa Wakasa sufre el desengaño también a manos de Genjurô. 


No obstante y como todo genio que se precie, Mizoguchi llegó a destacar casi tanto por sus luces como por sus sombras. Si en sus filmes denunciaba de algún modo asuntos como el de la prostitución o la misoginia, en la vida real era asiduo a los prostíbulos y un mujeriego empedernido. Hasta tal punto era así, que una amante suya le apuñalaría por la espalda en extrañas circunstancias. Tras el escándalo, sería expulsado de los estudios durante una temporada. Eso por no mencionar su fama de tirano en plató (no tanto con las actrices, como con los actores) o sus problemas con el alcohol. Desde luego, la coherencia no parecía lo suyo…  

"Mizoguchi era muy simple: solo le interesaba el dinero. Y dinero para tener mujeres... encontró casi todos los temas de sus mejores obras en su vida y sus experiencias personales. Su obra puede considerarse como una acumulación de experiencias personales, como una especie de autobiografía. Si criticó a la sociedad, fue siempre a través de las mujeres" Kaneto Shindo

Ugetsu Monogatari
Para la creación de Ugetsu Monogatari, Kenji Mizoguchi se inspiró en el cuento Condecorado, de Guy de Maupassant y en unos relatos de Ueda Akinari incluidos en la obra homónima y traducidos en España como Cuentos de lluvia y de luna (1776): Asaji ga Yado (La cabaña entre las cañas esparcidas) y Jasei no In (La impura pasión de una serpiente).
 

El título de Ugetsu Monogatari es realmente simbólico. Proviene de la antigua creencia japonesa de contemplar la luna y de la literatura china, donde se indica que una noche lluviosa o una luna matutina presagia la llegada de criaturas sobrenaturales. En España se tradujo como Cuentos de la luna pálida de agosto o Cuentos de la luna pálida después de la lluvia, donde Ugetsu significa “luna tras la lluvia”. Según una ancestral costumbre japonesa, desde mediados de agosto (septiembre según el calendario gregoriano) y hasta el equinoccio de otoño, se celebra el tsukimi (月見), traducido literalmente como “mirar” (見) la “luna” (月). Durante la noche del quince de agosto o jyūgoya (十五夜), puede observarse la “luna clara de mitad de otoño”; chūshū no meigetsu (en el calendario lunar el otoño va de julio a septiembre). El particular esplendor de la luna esa noche, propiciaría la celebración de todo tipo de actos para contemplarla. Originalmente esta tradición sería adoptada por la aristocracia nipona, más tarde por los samuráis, y con el paso del tiempo se popularizó entre todos los japoneses. En el tsukimi se realizaban ofrendas a la diosa japonesa de la luna, Tsukiyomi no Kami, así como a otros dioses, en muestra de agradecimiento por las cosechas y por una futura recolección abundante. Dichas ofrendas se colocaban en los lugares más apropiados para contemplar la luna, como balcones o ventanas, denominados tsukimidai (lugar para ver la luna). Durante esas celebraciones, se organizaban ceremonias del té, se recitaba poesía (haiku), se tocaba música... y se contaban cuentos. 


Otra espléndida muestra de esta tradición nipona del tsukimi la hallamos también en el film El cuento de la princesa Kaguya (Isao Takahata, 2013).


Uno de los iconos populares que Japón ha adaptado en más ocasiones y con mayor éxito, es el del onyrō (literalmente, espíritu vengativo). Desde su debut en el teatro kabuki como Lady Oiwa en la obra Tōkaidō Yotsuya Kaidan (東海道四谷怪談) de 1825, hasta Sadako Yamamura en Ringu (Hideo Nakata, 1998) o Kayako en Ju-on (Takashi Shimizu, 2000), sin olvidar otros tantos anime e impresiones de ukiyo-e. El kimono de luto blanco, representación de la muerte en la cultura asiática o el pelo largo y negro, tan propios del onyrō en el kabuki, son sus rasgos significativos. En el caso que nos ocupa, La princesa Wakasa es la perfecta encarnación del onyrō. En su afán de permanecer en este mundo, Wakasa es capaz de atraer hasta su reinado de tinieblas al hombre que se cruce en su camino. 


La influencia del teatro japonés es incuestionable en el caso de Mizoguchi. No hay más que observar las claras analogías entre numerosos elementos del filme y el teatro . La gran mayoría de ellos reunidos en el personaje de la princesa Wakasa (pese a que en el todos los actores son hombres):


El parecido de su rostro con las cejas afeitadas y pintadas con el de una máscara , es incuestionable. Precisamente, el actor que en el teatro interpreta al personaje principal (shite) y realiza su característica danza, es el único que lleva máscara y su vestuario es especialmente majestuoso. Dicho atuendo recuerda mucho al de la princesa Wakasa.


El dramatismo que caracteriza al teatro , posee un punto culminante que consiste en un baile acompañado en muchos casos de cantos utai y taiko (tambor japonés). Durante el mismo, el protagonista se desliza sin apenas posar los pies sobre el suelo y ligeramente agachado (suri ashi). El baile que interpreta la princesa Wakasa combina todos estos elementos. 


Dentro del teatro , hay un tipo de obras inspiradas en leyendas donde aparecen fantasmas, espíritus de bellas mujeres o demonios representados por el shite. Aunque al inicio su apariencia es humana, acaban convirtiéndose en un sueño o una visión. Exactamente lo mismo que ocurre a Genjurô con Wakasa.


Por otro lado, el interior de la casa de la princesa Wakasa, evoca al escenario del teatro , donde no hay telón de fondo y el escenario está cubierto por un tejado que representa un palacio, un templo, etc... Mientras que la vida transcurre en el campo o la ciudad a plena luz del día, la siniestra mansión de Wakasa se alza enigmática durante la noche envuelta en una atmósfera de misterio. Esto es un reflejo del acceso al escenario que realiza el protagonista del por una pasarela (hashigakari) y representa el vínculo del mundo de los vivos con el de los muertos.


Pese a que Mizoguchi no elude las atrocidades que acompañan a un país en guerra y los devastadores efectos a los que la población civil se ve sometida, evita mostrar cualquier tipo de violencia explícita. Por medio de la profundidad de campo, distintas escenas se suceden simultáneamente durante todo el metraje, logrando así mayor realismo. Pero aquellas más escabrosas más bien se sugieren (elipsis), clara evidencia de la genial sutileza que caracterizaba al cineasta japonés y de que una imagen vale más que mil palabras. Un par de ejemplos, los hallamos en las siguientes escenas: la primera, es la violación de Ohama. Mientras una estatua de Buda permanece como único testigo y vemos a continuación el plano de unas sandalias hundidas en el barro. La segunda, es la escena del asesinato de Miyagi. Cuando ella y Genichi están en el suelo, con los soldados peleando por la comida robada al fondo de la imagen.


De los actores, destacan en especial Kinuyo Tanaka, Machiko Kyô y Masayuki Mori, tres de los actores japoneses más prolíficos y que coincidieron en más de una ocasión en distintas películas. En el caso de Kinuyo Tanaka, protagonizó gran parte de ellas a las órdenes de Yasujiro Ozu (Las hermanas Munekata, 1950) y Mizoguchi (Vida de Oharu, mujer galante, en 1952 o El intendente Sansho, en 1954). Aunque fue más conocida por ser la primera mujer directora de cine en Japón, con títulos como: Carta de amor (1953) o Amor bajo el crucifijo (1962). Con respecto a Machiko Kyô, protagonizaría films como Rashômon, junto a Toshirô Mifune (A. Kurosawa, 1950), La emperatriz Yang Kwei-fei (1955) y La calle de la vergüenza (1956), ambas de Mizoguchi o La casa de té de la luna de agosto (Daniel Mann, 1956). Por último tenemos a Masayuki Mori, que también trabajaría para Kurosawa en Rashômon (1950) y Mizoguchi en La emperatriz Yang Kwei-fei (1955). 
 

La banda sonora es una mezcla de música folclórica japonesa, melancólicas canciones e instrumentos típicos japoneses. De sus tres compositores, cabe destacar a Fumio Hayasaka,(Rashômon, de 1950 y El idiota, de 1951, ambas de Akira Kurosawa) e Ichirô Saitô (Vida de Oharu, mujer galante, de 1952 y Zatoichi o Zatoichi 2, de 1962).
 

ESCENAS MEMORABLES
El viaje en barca por el lago Biwa, cuando ambas parejas se dirigen hacia la ciudad. Una oda onírica a lo sobrenatural. Como si los protagonistas surcaran entre ensueños las aguas de la realidad y la fantasía. Cual Caronte en su barca o Keneō y Datsue-ba a orillas del Río Sanzu. Mientras la embarcación de nuestros protagonistas se adentra por el reino de los Narakas, una suerte de macabra premonición en forma de bote que flota a la deriva, hace su aparición como si de un espejismo fantasmagórico se tratase. De ella surge un tripulante moribundo que les advierte de que tengan cuidado con los piratas. Metáfora del destino aciago que les espera. Una secuencia que recuerda a otro filme de Mizoguchi: Los amantes crucificados, de 1954, así como a La noche del cazador (Charles Laughton, 1955).


Cada una de las escenas que transcurren en la morada de la princesa Wakasa. Todas ellas, destilan ese aire de poesía con pinceladas de leyenda que salpica la trama durante buena parte del metraje. Desde el trayecto inicial que conduce hasta allí, al fantasmal juego entre luces y sombras en el interior de la estancia de la princesa. Sin olvidar la secuencia del baño a la luz de la luna, seguido por un magnífico travelling que finaliza con los amantes retozando a orillas del lago. Los dos árboles pesadillescos y espectrales que destacan amenazantes, presagian un sino más propio de espectros errantes por los dominios de Érebo, que del paraíso, como asevera Genjurô.

 

Aunque Mizoguchi no quedó en absoluto satisfecho con el “final feliz”, éste también es digno de mención. En especial, el regreso de Genjurô al hogar, cual Ulises en La Odisea. Un hogar sumido inicialmente en la más sobrecogedora desolación hasta que por arte de magia aparece Miyagi, no precisamente tejiendo, sino cocinando como si tal cosa. La cámara nos muestra una panorámica sin cambiar de plano desde el interior, mientras Genjurô busca a su esposa por doquier. Miyagi se manifiesta entonces cual ilusión en el crepúsculo para desvanecerse cuando los primeros rayos de sol despuntan al alba, no sin antes haber redimido a su esposo. La más clara alusión a la fina línea que separa realidad y ficción con la que Mizoguchi juega durante la segunda parte del metraje.


MORALEJA
“La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse”. Jonathan Swift
“¿Cómo quieres que progrese sin ambiciones? Mi deseo es tan grande como el mar.” (Tōbei)

- THE END -

FUENTES 
Coloquio sobre Cuentos de la luna pálida de agosto en el programa Qué Grande es el Cine (presentado por Jose Luís Garci): Ivoox y YouTube
Días de Cine: 60 años de Cuentos de la luna pálida
Kenji Mizoguchi, Antonio Santos (Ediciones Cátedra. Madrid, 1993) 
Kenji Mizoguchi: el hombre que amaba a las geishas, por J. Angulo en Nosferatu. Revista de cine 
La mujer en el cine de Kenji Mizoguchi, por Graciela Padilla Castillo 
Kenji Mizoguchi. Cineasta de la mujer japonesa, por Juan Luis Sánchez en Decine21
Cuentos de la luna pálida de agosto en DokuArt. Biblioteca y Centro de Documentación
Cuentos de la luna pálida de agosto, por María Jesús López-Beltrán en Japan's Eye 
Cuentos de la luna pálida, por Ignacio Viloria en Líneas sobre Arte
Cuentos de la luna pálida de agosto, por Pablo Sánchez Martínez en Se Rueda  
Cuentos de la luna pálida de agosto, por Santiago Sánchez Pérez "Korvec" en Revista Cinefagia



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